LA CONFIANZA DE LOS RICOS Y LAS REINAS

Por: Iván Cepeda Castro

A MEDIADOS DE LA DÉCADA DE 1990 asistí en Bruselas a una conferencia internacional sobre la situación de derechos humanos en Colombia. En la mesa que presidía el evento estaba el entonces embajador ante la Unión Europea Carlos Arturo Marulanda.

Recuerdo su mirada de desprecio al auditorio, en el que se encontraban algunos campesinos de la hacienda Bellacruz, ubicada en el departamento del Cesar. Con la ayuda de los paramilitares, el Embajador había usurpado las tierras de los labriegos y las había anexado a su inmensa propiedad. 270 familias tuvieron que salir de allí luego de varias incursiones armadas en las que los paramilitares incendiaron sus viviendas y cultivos. Después de años de buscar justicia ante los tribunales, los desplazados de Bellacruz lograron que se profiriera una orden de arresto contra Marulanda, quien se dio a la fuga. En julio de 2001, el ex diplomático fue capturado en España, pero meses más tarde se le dejó en libertad. La historia no terminó allí. Los campesinos obtuvieron que el Gobierno se comprometiera a entregarles unos predios para su asentamiento definitivo. Cuando al fin se les otorgaron tierras en Cundinamarca, la entonces gobernadora del departamento, Leonor Serrano, alentó a los alcaldes de la zona a que se abstuvieran de recibir a los desplazados, puesto que “eran guerrilleros que acarrearían conflictos en la comunidad”. Los campesinos interpusieron una acción de tutela que revisó la Corte Constitucional. Mediante la sentencia T-227 de 1997, el alto tribunal ordenó a la gobernadora abstenerse de restringir la libre circulación de las víctimas y la obligó a hacer un curso de derechos humanos en la Defensoría del Pueblo.

Hoy, algunas de las familias desplazadas viven en el Tolima y se dice que sus tierras en el Cesar han sido compradas por el empresario Germán Efromovich para hacer cultivos industriales de agrocombustibles.

Esa es apenas una página de la historia de la usurpación de la tierra en Colombia, cuyo correlato es la creación de toda clase de leyes, acuerdos, incentivos, subsidios y programas para garantizar la impunidad, la legalización del despojo y en especial la concentración intensiva de la riqueza. De esa historia hace parte el reciente escándalo de los subsidios a familias acaudaladas por el programa Agro Ingreso Seguro. Mientras el Gobierno regatea sobre los costos que tiene la reparación de las víctimas, no vacila en entregar los recursos públicos a sus socios, los magnates de la tierra y del mundo empresarial, para obtener su respaldo político.

Luego de la férrea oposición del neoliberalismo a las ayudas públicas destinadas a los desposeídos, que contribuyó a incrementar la pobreza en el mundo, se ha operado un giro de las políticas económicas. Por una parte se entregan miserables “ayudas” con fines populistas, y al mismo tiempo, se desvía la mayor parte de los fondos consagrados a los pobres hacia los multimillonarios, con el pretexto de que ellos pueden “generar empleo”. Se trata de disfrazar una nueva versión del “darwinismo social” que pregona que la regla suprema del sistema es la supervivencia de los más aptos, o sea los ricos.

Con acierto un editorial de El Espectador en días pasados afirmó que el Estado colombiano es hoy una maquinaria corporativista: la alianza de corporaciones de la mafia, la criminalidad y la más rapaz corrupción. Eso es lo que el presidente Uribe define como “confianza inversionista”.

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MÁXIMOS GARANTES DE LOS DERECHOS HUMANOS derechos humanos

Por: Iván Cepeda Castro

LA SEMANA QUE TERMINA, EL MOVImiento Nacional de Víctimas de Crímenes de Estado dirigió un derecho de petición al gobernador del Magdalena, Omar Díazgranados, solicitándole que retire de la galería de ex mandatarios del departamento las fotografías de los ex gobernadores Jorge Luis Caballero y Trino Luna Correa.

Ambos fueron condenados por la justicia debido a sus nexos con los grupos paramilitares. Es la segunda petición de esta naturaleza que se formula. En Sucre, el actual gobernador se negó a descolgar las imágenes de cuatro de sus predecesores seriamente involucrados con las atrocidades perpetradas por las Auc. Es muy probable que esta nueva solicitud corra la misma suerte que la anterior. Ante tal circunstancia el Movimiento de Víctimas tendrá que recurrir a la acción de tutela.

En estos casos, la negación oficial a conceder medidas simbólicas correspondientes al derecho a la verdad y a la reparación de crímenes de lesa humanidad muestra el grado de influencia que continúan ejerciendo los sectores ligados a las redes paramilitares en los centros de poder. Los máximos responsables de ese aparato no han sido todavía desenmascarados ni juzgados. Pero es preciso reconocer que gracias a la Corte Suprema de Justicia las complejas estructuras de ese sistema han empezado a descifrarse y debilitarse. La sanción de decenas de parlamentarios es el paso más significativo que en el terreno judicial se ha dado en esa dirección en la historia del país. La firme determinación de la Corte de disolver las estructuras de la criminalidad de origen estatal se ha visto corroborada recientemente por la decisión de reasumir las investigaciones y procesos de algunos de los congresistas presuntamente comprometidos en la llamada parapolítica.

Luego del conjunto de ataques contra los magistrados de la Corte que se han urdido desde la cúspide del Poder Ejecutivo —que han incluido la creación de una unidad de inteligencia en el DAS para espiarlos y “neutralizarlos”— ahora el presidente del alto tribunal, Augusto Ibáñez, informa que se ha detectado un plan para asesinarlo a él y a otros miembros de esa corporación. La principal línea del discurso oficial que justifica esa descarada persecución sostiene que la Corte Suprema ha “politizado la justicia” y “judicializado la política”. En realidad esa retórica expresa la nostalgia del Gobierno por la época en que los dirigentes del Estado gozaban de inmunidad y de la impunidad que les garantizaban los jueces que ellos designaban a su antojo. Esa época comienza a desvanecerse. En el mundo actual emerge un Sistema Internacional de Justicia que, a pesar de ser incompleto y selectivo aún, ya muestra resultados: entre 1990 y 2008, 77 jefes de Estado o gobierno de 43 países han sido procesados por crímenes contra la humanidad o graves delitos de corrupción.

En la condición presente del país, los magistrados de la Corte Suprema de Justicia son los máximos garantes de los reducidos espacios democráticos que aún le restan a la sociedad colombiana, de las mejores conquistas de la Constitución de 1991, de los derechos humanos y de la acción judicial que se opone a los crímenes contra la humanidad que se siguen cometiendo. Por eso los magistrados que han decidido poner fin a la impunidad endémica que ha sostenido al poder corrupto y arbitrario son el blanco de los más encarnizados ataques y persecuciones. Su legítima labor merece pleno respaldo y admiración.

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EL CARTEL DE LAS TRES LETRAS


Por: Iván Cepeda Castro
EN SU EMISIÓN DEL PASADO FIN DE semana, Noticias Uno presentó fragmentos de un documento elaborado por el ex jefe de informática del DAS, Rafael García, quien hoy vive en el exilio.

Según el noticiero, dicho documento está en poder de las autoridades de Estados Unidos, y su contenido es un testimonio en el que García narra los detalles de su paso por el organismo de inteligencia, y los vínculos de personalidades del Gobierno Nacional con las Auc y el narcotráfico. El escrito afirma que en los círculos más íntimos de la mafia y del paramilitarismo al DAS se le conocía como ‘El Cartel de las Tres Letras’. “A finales del año 2002 —escribe el ex director de informática— Jorge Noguera viajó a México en razón de su cargo como director del DAS; en realidad este viaje (el cual fue oficial y pagado por el Estado colombiano) tenía como propósito establecer alianzas con la organización narcotraficante de los hermanos Beltrán Leiva, lo cual se concretó, consiguiendo de esta manera que las lanchas rápidas con droga fueran recibidas en México por esta organización, la cual se encargaba de trasladarla a los estados de la costa este de los Estados Unidos. […] Tanto los viajes de Jorge Noguera como los míos debían ser autorizados, por escrito mediante resolución firmada, por el presidente Álvaro Uribe Vélez”.

De acuerdo al testimonio, otros colaboradores de Noguera en viajes oficiales a Estados Unidos ayudaron a perfeccionar el envío de los cargamentos de droga y a diseñar la forma en que los dineros pagados por su venta serían introducidos al país: “Se definió que el dinero sería enviado desde los Estados Unidos a través de correos humanos, estas personas serían recibidas en el aeropuerto El Dorado de Bogotá por funcionarios del DAS, quienes se encargarían de que pasaran los controles sin problema alguno. […] Éramos un cartel gubernamental de narcotráfico y lavado de dinero”. En palabras de García, el ‘Cartel de las Tres Letras’ alcanzó a contar con varias rutas similares de tráfico de cocaína e ingreso ilegal de dinero a Colombia que fueron utilizadas por otros narcotraficantes y por bloques paramilitares. Su funcionamiento habría involucrado a funcionarios de varias instituciones estatales al más alto nivel, y permitió que durante los años 2003 y 2004 se introdujeran ilegalmente al país cerca de 100 millones de dólares y entre 50 y 60 millones de euros.

El documento mencionado contiene copiosa información sobre un voluminoso conjunto de actividades delictivas. Corresponde a las autoridades judiciales verificar su veracidad. Sin embargo, no sorprendería que a las múltiples labores criminales emprendidas desde el DAS se agregara el narcotráfico. Sería plenamente coherente con la inagotable historia de descomposición de esa entidad, y con la naturaleza de las redes mafiosas que se han incubado en el seno del Estado. ¿Qué hará falta para que sea clausurado el DAS?

Si las autoridades de Estados Unidos conocen esta información, la pregunta que surge es cuándo pedirán en extradición a los ex funcionarios, y a los funcionarios estatales en ejercicio, involucrados en tráfico de cocaína y lavado de activos. O también, cuándo pedirán en extradición a los políticos de alto nivel que se han lucrado con el narcotráfico. Y esto puede ocurrir cuando esos políticos y agentes estatales que han actuado como verdaderos capos del narcotráfico dejen de ser útiles a determinados fines geoestratégicos.

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LAS FOTOGRAFÍAS DE LOS PARAPOLÍTICOS

Por: Iván Cepeda Castro
EL MOVIMIENTO DE VÍCTIMAS DE Crímenes de Estado, seccional Sucre, solicitó formalmente al gobernador de ese departamento, Jorge Barraza, que ordene retirar definitivamente de las paredes de la Gobernación las fotografías de los señores Salvador Arana, Erick Morris, Jorge Anaya y Miguel Ángel Nule Amín, que forman parte de la galería de ex mandatarios locales.

Los cuatro fueron gobernadores durante los años de mayor influencia y criminalidad de los grupos paramilitares en esa zona del país. La responsabilidad de Morris y Anaya en concierto para delinquir agravado ya ha sido probada en los tribunales y despachos judiciales. En el proceso que se sigue contra Salvador Arana por ser el presunto autor intelectual del asesinato del alcalde de El Roble Eudaldo Tito Díaz, 11 (!) testigos han sido asesinados. La familia Díaz ha denunciado en forma reiterativa ser víctima de una serie de atentados, montajes judiciales y permanentes hostigamientos. En Sucre han sido ampliamente conocidos los vínculos del ex gobernador Arana con los paramilitares y su jefe Rodrigo Antonio Mercado Pelufo, alias Cadena, así como sus constantes visitas a la finca El Palmar, el centro de exterminio en el que fueron desaparecidos numerosos habitantes de San Onofre. Por su parte, el señor Nule Amín fue acusado ante la Fiscalía de impulsar el proyecto de expansión paramilitar en los Montes de María a través de reuniones en su finca Las Canarias y de la conformación de empresas de seguridad Convivir.

El gobernador Barraza rechazó la solicitud con el argumento de que “esa es una galería para que la gente recuerde quiénes fueron sus gobernadores” y que “no le veía mayor fundamento para resarcir el daño de las víctimas”.

Contrario a lo que piensa el Gobernador, el hecho de que reconocidos criminales sigan siendo honrados ante la sociedad como mandatarios dignos de homenajes y exaltaciones oficiales es una grave ofensa a las víctimas y a la sociedad. En la memoria colectiva la vida de estos personajes no puede seguir siendo preservada como ejemplo de servicio a la comunidad. Atendiendo a esa consideración diversos instrumentos de derecho internacional consagran una serie de disposiciones tendientes a esclarecer la verdad histórica, reconstruir la memoria de la sociedad acorde a la realidad que configuran los crímenes contra la humanidad, y encaminadas a instaurar vetos políticos a quienes ejerciendo funciones públicas abusaron de su poder y perpetraron masivas violaciones de derechos humanos. En el caso de los políticos que en Colombia se involucraron con grupos paramilitares y los utilizaron para acrecentar su caudal electoral o para ordenar homicidios contra sus rivales, las condenas penales y la prohibición para el ejercicio de la función pública son insuficientes. Se requiere además de medidas simbólicas que impidan que en el futuro esos mismos personajes, o sus aliados, puedan reeditar los métodos que les han permitido establecer sus posiciones e influencia en el Estado.

La solicitud formal que hemos realizado en Sucre debería dar lugar a muchas otras en todo el país. Invito a las víctimas y sus organizaciones a que realicen peticiones y acciones judiciales similares ante las autoridades, tendientes a que todo tipo de homenajes, exaltaciones públicas, galerías fotográficas o monumentos consagrados a individuos ligados a crímenes de lesa humanidad sean definitivamente proscritos.

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Los ASESINATOS DE DESMOVILIZADOS

Por: Iván Cepeda Castro
EN LOS ÚLTIMOS AÑOS, CERCA DE 2.000 desmovilizados paramilitares han sido asesinados.

Según cifras de la Alta Consejería Presidencial para la Reintegración, tan solo en 2009 en Antioquia, 113 de ellos murieron en forma violenta. El comisionado Frank Pearl atribuye estos hechos a un “ajuste de cuentas” o a disputas territoriales por el control de las rutas del narcotráfico. Una explicación que omite reconocer que buena parte de los homicidios se están ejecutando por encargo de quienes les ordenaron crímenes y temen hoy ser delatados.

Algunos casos ejemplares así parecen demostrarlo. Francisco Villalba Hernández, alias Cristian Barreto, mando medio de las Auc, estaba acusado de ser uno de los perpetradores de la masacre de El Aro. Fue baleado en Medellín cuando gozaba del beneficio de casa por cárcel, en abril de este año. En el proceso de esclarecimiento de los móviles y los autores intelectuales de esa masacre, testimonió acerca de la presunta participación del entonces gobernador de Antioquia, Álvaro Uribe Vélez, y de su hermano Santiago en ese crimen. Para diseñar esa operación, los hermanos Uribe se habrían reunido en una finca en Tarazá, Antioquia, con los jefes paramilitares Salvatore Mancuso y Carlos Castaño, con coroneles, tenientes y soldados de la IV Brigada del Ejército. También mencionó que un helicóptero de la Gobernación de Antioquia fue utilizado en desarrollo de la incursión. Después de esa declaración apareció una carta en la que al parecer Villalba se retractaba de la acusación, pero al darse a conocer la misiva, él mismo negó su autenticidad y denunció amenazas en su contra. El 28 de julio de 2008 fue asesinado Antonio López, alias Job, lugarteniente de Diego Fernando Murillo, alias Don Berna. López visitó la Casa de Nariño para entrevistarse con altos funcionarios del Gobierno en compañía del ex gobernador Juan José Cháux, de quien era asesor. Los temas tratados en esa reunión aún no han sido aclarados. La muerte de alias Job se produjo días después de conocerse la realización del encuentro secreto en el palacio presidencial. Hace algunas semanas fue envenenado en la cárcel La Picota el ex comandante del bloque Tolima de las Auc Diego Martínez, alias Daniel. El envenenamiento se produjo en la víspera de una declaración en la que había anunciado que iba a implicar a políticos y mandos paramilitares.

Los homicidios, envenenamientos en las cárceles y amenazas contra los desmovilizados que se muestran dispuestos a colaborar con la justicia son parte de una estrategia de impunidad. De ella también hacen parte los obstáculos para poder visitar en las cárceles a los jefes paramilitares extraditados, los atentados en contra de sus familiares, la negación de los permisos especiales para que ellos ingresen a los Estados Unidos y las trabas de toda índole que interponen los funcionarios judiciales en ese país para que se puedan efectuar las diligencias. Esa estrategia busca poner un punto final al proceso de verdad y justicia. Por eso la Corte Interamericana de Derechos Humanos afirmó en un pronunciamiento reciente: “La Corte considera que en las decisiones sobre la aplicación de determinadas figuras procesales a una persona debe prevalecer la consideración de la imputación de graves violaciones de derechos humanos. La aplicación de figuras como la extradición no debe servir como un mecanismo para favorecer, procurar o asegurar la impunidad”.

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