COMPLICIDADES Y TRAICIONES

Por: Iván Cepeda Castro
A PROPÓSITO DE LOS EFECTOS QUE ha tenido la extradición de los jefes paramilitares a Estados Unidos, un editorial del periódico El Tiempo, titulado “Un año después”, afirmó en días pasados:

“Todo indica que las dos metas deseables —tener a los ‘paras’ en cárceles de verdad y esclarecer la verdad de sus actos en Colombia— no se pueden lograr a la vez”. La identidad de los máximos responsables políticos y empresariales de crímenes de lesa humanidad quedaría oculta. El proceso de esclarecimiento se aplazaría indefinidamente. Es cierto que la extradición por delitos de narcotráfico pretende ser utilizada como un mecanismo para afectar severamente las investigaciones en Colombia, y para impedir que las víctimas y sus abogados participen en los procedimientos judiciales. No obstante, comienzan a surgir signos de algo distinto. Así parecen indicarlo algunas revelaciones que han hecho en los distritos judiciales de Washington y Nueva York Salvatore Mancuso y Diego Fernando Murillo, alias Don Berna, en las que se implica, entre otros, al presidente Álvaro Uribe, a ejecutivos de empresas bananeras, y a congresistas.

¿Cómo explicar estas circunstancias? Durante los últimos años hemos asistido a una incesante proliferación de actuaciones ilegales relacionadas directamente con el entorno del Gobierno: conciertos para delinquir agravados que se disimulan como acuerdos políticos o programáticos, actos de nepotismo, densas redes de testaferrato, fraude electoral, espionaje político, conspiraciones para el cohecho, promoción de ejecuciones extrajudiciales como crímenes de Estado, intimidación de los operadores judiciales, obstrucción a la justicia, calumnia contra quienes investigan y generan opiniones críticas, montajes judiciales, fabricación de pruebas y estadísticas, abusos de poder, desviación de las instituciones públicas para auspiciar la ilegalidad o encubrirla, prevaricato, proliferación de las más variadas modalidades de corrupción. En cada uno de estos escándalos se revela el mismo patrón. Grupos de funcionarios públicos subordinados a cadenas de mando ejecutan acciones dolosas concertadas. Detrás de sus actividades aparecen altos responsables de gobierno. Más allá de la gravedad de estas situaciones particulares, preocupa el panorama que arroja el conjunto de ellas. Se trata, ni más ni menos, que de la disolución del Estado de derecho por la vía de una dinámica en la que se articulan la criminalidad de sistema con formas de corrupción y comportamientos mafiosos.

En esa dinámica, la proliferación de los actos ilegales a gran escala basada en pactos entre delincuentes genera una espiral. Cuando comienzan las investigaciones, a la complicidad sigue la traición y a esta última la supresión, por cualquier vía, de quienes fueron los antiguos socios. En los casos de actuaciones criminales altamente complejas no es posible controlarlo todo e impedir que queden “cabos sueltos”. La obsesión por encubrir al mismo tiempo tantos delitos genera descuidos, acumula resentimientos, permite las filtraciones de información. El intento de los máximos responsables por hacer que recaiga la responsabilidad absoluta sobre los ejecutores directos de las sórdidas operaciones hace que aparezcan los delatores (Rafael García, Jorge Lagos). Y en un momento dado puede ocurrir que sobrevenga la ola de revelaciones simultáneas de las grandes verdades. Aquellas que dejan al desnudo la verdadera naturaleza del poder criminal.

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LOS POBRES EN ÉPOCA DE PANDEMIA

Por: Iván Cepeda Castro
LA INQUIETANTE APARICIÓN DE UNA enfermedad que se difunde rápidamente en todo el planeta muestra las proporciones y la profundidad de la crisis del sistema de vida contemporáneo en condiciones de la llamada globalización.

Como lo predijeron los especialistas en el comienzo de la crisis económica mundial, lo específico de esta nueva debacle es que se encadena con otras crisis; entre ellas la del ecosistema. El modelo del capitalismo a ultranza, que sin ningún miramiento ético decidió conscientemente ignorar las consecuencias prácticas de la manipulación mercantil de todos los recursos y seres del planeta, se enfrenta ahora a los primeros efectos devastadores a gran escala que con celeridad se van encadenando.

Como se sabe, durante las épocas de grandes epidemias, las peores consecuencias las sufren las sociedades y las poblaciones pobres. Basta ver el panorama del sida. Según el compendio Estadísticas Sanitarias Mundiales, 2008, de la OMS, una de cada tres personas infectadas por el VIH vive en algún país africano. Como lo advierte un editorial del periódico La Jornada de México, el contraste entre las muertes registradas en ese país y los cuadros clínicos provocados por el mismo virus en Estados Unidos tiene su explicación en la pobreza. La práctica neoliberal de destruir el servicio de salud pública ha dejado expuestos a la desprotección a millones de personas. Como lo asegura el editorialista: “En el contexto así creado y agravado por los gobiernos neoliberales que van de 1988 al presente, el surgimiento de un brote viral largamente anunciado ha de ser obligadamente desastroso y, a diferencia de lo que ocurre en Estados Unidos y en diversas naciones europeas, mortal para muchos de los infectados”.

Ese diagnóstico, que sirve de contexto sociológico a la nueva enfermedad global, no se diferencia mucho del que se puede hacer en Colombia. Aquí también las víctimas más cuantiosas de todas las desgracias pertenecen a los estratos pobres y vulnerables. En el país la situación general de los servicios de salud es lamentable. Su privatización ha llevado a que el acceso a la atención médica y hospitalaria se convierta en un privilegio de sectores restringidos. En condiciones de alerta ante una epidemia, se hace evidente que las poblaciones rurales, los millones de desplazados y los sectores pertenecientes a los barrios marginales de las grandes ciudades no tienen acceso a las medidas preventivas ni curativas. ¿Cómo acatar la recomendación de lavarse las manos regularmente en tugurios donde ni siquiera hay servicio de agua y alcantarillado? Quienes viven sin servicios, en condiciones de desnutrición endémica, sin ningún acceso a la asistencia médica, están expuestos a la desprotección total. Cada año en el país decenas de miles de personas pobres o en situación de marginalidad sufren los estragos de las catástrofes naturales. Al afrontar el peligro que hoy acecha es un deber de las autoridades nacionales y locales destinar recursos y poner en práctica políticas médicas especiales para esas poblaciones antes de que ocurra con ellas un nuevo desastre de inmensas proporciones.

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Todo está listo para la liberación del cabo Pablo Emilio Moncayo. La Cruz Roja Internacional, la Iglesia y el gobierno de Brasil han anunciado su respaldo. Las Farc piden que de la misión humanitaria haga parte la senadora Piedad Córdoba y el profesor Gustavo Moncayo. Sólo falta un acto de buena voluntad del Gobierno. Esperamos que se dé lo antes posible.

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‘LARGE SUMS OF MONEY’

Por: Iván Cepeda Castro
“El acusado apoyó la elección presidencial de Uribe en 2002, contribuyó con grandes sumas de dinero [‘large sums of money’] para su campaña, y lo hizo porque creía que la paz era importante”.

Así figura en la transcripción oficial de la audiencia realizada en Nueva York, en donde se profirió condena de 31 años de cárcel a alias Don Berna por narcotráfico. Las palabras de la cita textual aparecen en el alegato final de la abogada de Murillo, quien presentó las consideraciones sobre elementos que debían atenuar la pena del acusado. La abogada aseguró que Murillo fue forzado a entrar en la guerra, que ayudaba a su comunidad y que era un “patriota”, pues había enfrentado a las guerrillas y apoyado la campaña de Álvaro Uribe. En el transcurso de la audiencia quedó claro que todo lo que afirmaba la abogada de Murillo contaba con su aprobación.

Estuve en la audiencia en desarrollo de las acciones del Movimiento de Víctimas. El propósito era que donde estuvieran detenidos los jefes paramilitares extraditados se produzca la intervención de las víctimas. La revelación de Don Berna pareciera anunciar las confesiones que vienen, que se comienzan a hacer porque fue traicionado el primer Pacto de Ralito: no el del proceso de desmovilización, sino el que consagraba la alianza con políticos para “refundar la patria”. Los paramilitares cumplieron: entregaron dinero y presionaron a los electores. Los políticos faltaron a su palabra. Temían que los fueran a delatar y que debieran responder por los crímenes de sus socios. La extradición se convirtió en una salida para ocultar sus responsabilidades. Pero tarde o temprano la verdad aparecerá con su contundencia.

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APARATO CRIMINAL

Por: Iván Cepeda Castro
UNO DE LOS ASPECTOS MÁS AVANZAdos de la histórica sentencia proferida por la Corte Suprema de Perú contra Alberto Fujimori es que reconoce expresamente la ejecución de crímenes de Estado que se explican “a partir de la configuración de un aparato de poder organizado en cuya cúspide se encontraba el acusado como jefe de Estado y jefe supremo de las Fuerzas Amadas y Policía Nacional”.

A pesar de que la criminalidad estatal como parte del ejercicio del poder político ha sido un hecho frecuente en la historia, son pocos los fallos judiciales en los que se demuestra la existencia de este fenómeno. Regularmente la tesis de la conformación del Estado, o de dependencias estatales, en sistemas de terror es concebida como algo inverosímil. La denuncia sobre el diseño de planes por altos funcionarios de gobierno, e incluso por el propio jefe de Estado, cuyo propósito es la eliminación de ciudadanos, es vista como una ficción ideológica que pretende deslegitimar el poder soberano. En situaciones de violaciones generalizadas de derechos humanos la sospecha de que los máximos autores de los ilícitos están en la cima del poder es tratada como un desvarío, o como una peligrosa acusación cuyos autores deben ser reprimidos.

Las más de 700 páginas de la sentencia contra Fujimori sustentan la cadena de indicios que prueba cómo surgió el aparato criminal. Durante los años de su gobierno se produjeron cambios estructurales en instituciones del Estado peruano que tenían por finalidad adaptarlas para la perpetración de asesinatos selectivos. Los organismos de inteligencia se transformaron en entidades encargadas de espiar a los opositores políticos, y se conformó a la sombra del poder ejecutivo un grupo paramilitar que llevaba a cabo homicidios, desapariciones forzadas y masacres. Ese aparato se encargaba no sólo de perpetrar los delitos. Su función era también encubrirlos, e incluso legitimarlos socialmente por medio de condecoraciones y ascensos otorgados a los funcionarios involucrados. Dentro de esta jerarquía de poder, la responsabilidad penal de Fujimori fue la del “autor mediato”, es decir, la del encargado de utilizar su influencia para poner en marcha el dispositivo criminal, dirigirlo y contribuir a ocultar ante la opinión pública las actuaciones de las redes criminales.

Desde esta perspectiva específica la condena del ex presidente Fujimori tendrá efectos sobre el contexto colombiano. Poco a poco en Colombia se ha comenzado a reconocer la existencia de la criminalidad cometida por los agentes del Estado. Dicho reconocimiento es aún parcial y débil. No contiene todavía, en forma explícita, la aceptación de que no se trata de actos cometidos por individuos aislados, sino del funcionamiento de instituciones como aparatos criminales. Falta que aquí sean identificados por los jueces los máximos responsables de tales desviaciones de poder: los autores mediatos o directos que han propiciado en nuestro país décadas de abusos y crímenes de Estado.

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El anuncio hecho por las Farc de que liberarán en forma unilateral al cabo Pablo Emilio Moncayo es una nueva demostración de la legitimidad del trabajo de Colombianas y Colombianos por la Paz, liderado por la senadora Piedad Córdoba. También es el resultado de la perseverancia del profesor Gustavo Moncayo. Para que la operación humanitaria que conduzca a esta nueva liberación sea pronta y exitosa, el Gobierno debe brindar todas las garantías necesarias.

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LA NUEVA FASE DE LA ‘LIMPIEZA SOCIAL’

Por: Iván Cepeda Castro
EN MÁS DE 100 MUNICIPIOS Y 20 DE las principales ciudades del país han aparecido panfletos en los que se anuncia el regreso de la “limpieza social” contra jóvenes, prostitutas, drogadictos, delincuentes y homosexuales.

Progresivamente la lista de amenazados se amplía. Ahora incluye también a los miembros de las ‘barras bravas’, los estudiantes y profesores de colegios, así como a los líderes de organizaciones juveniles. Los comunicados afirman: “Le pedimos perdón a la sociedad si caen inocentes”. A pesar de que el director de la Policía, general Óscar Naranjo, considera que se trata de bandas criminales dispersas, a simple vista es notorio que en esta operación nacional se reconocen los métodos utilizados en el pasado por las estructuras paramilitares, encubiertas hoy con nuevos nombres y símbolos. El procedimiento se despliega especialmente en los barrios populares de las grandes urbes y en las zonas en las que las Auc han ejercido control. El plan busca el miedo colectivo mediante acciones en distintas fases. En un primer momento se lanza el rumor de que van a comenzar los actos de “limpieza”, luego se distribuyen los panfletos, se impone el toque de queda a partir de las diez de la noche, y se procede a realizar los asesinatos. De esta forma, muchas zonas de las principales ciudades del país viven ya sometidas a esta nueva etapa de terror social.

En Bogotá, los habitantes de nueve localidades han recibido los comunicados amenazantes. Bajo esta campaña 30 jóvenes fueron asesinados en los meses de febrero y marzo. La última semana hubo dos cortes de fluido eléctrico en algunos lugares de Ciudad Bolívar. Después del primero, en las entradas de todas las casas se hallaron los panfletos, y durante el segundo se presentó una masacre en la que murieron siete jóvenes. Los líderes locales aseguran que en muchos barrios de la capital hay situaciones similares. Su conclusión es que esa clase de acciones no las hace una banda de ladrones, sino un grupo organizado que cuenta con cuantiosos recursos.

Desde hace meses, a través de informes de riesgo, la Defensoría del Pueblo ha venido advirtiendo sobre la gravedad de esta situación. Sin embargo, dado que esos informes no se pueden hacer públicos pues se les ha dado un carácter confidencial, determinadas autoridades impiden que se decrete la alerta temprana para prevenir los crímenes. Ante esa situación de negligencia e inoperancia, la Defensoría Pueblo debería tomar la decisión de comunicar sus informes de riesgo directamente a la opinión pública y permitir de esta forma que al menos se conozca ampliamente lo que está pasando en muchas partes del país.

La mal llamada “limpieza social” hace parte de las operaciones violentas a gran escala propias de sociedades que se internan en procesos totalitarios, en los que se busca despertar en la gente del común el miedo a ultranza que conduce a toda clase de reacciones primarias. En el caso de Colombia, ese ambiente de “depuración” criminal se articula bien con la paulatina consolidación de una institucionalidad cada vez más perversa en la que todas las dependencias del poder público se funden en la voluntad del Ejecutivo. El ambiente de terror y a la vez de fascinación por la mano fuerte de un gobernante arbitrario, corresponde bien al estado anímico que buscan quienes defienden la reelección. Es el ambiente que propicia el apoyo irreflexivo de las mayorías a un poder decadente en tiempos de profunda crisis ética y económica.

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